domingo, 19 de diciembre de 2010

ELEGÍAS

-Elegía para ti-
Rompiste el encanto de la noche
y me obligaste a mirarte,
quebraste el silencio lejano
y me obligaste a escucharte,
robaste el equilibrio logrado
a base de esfuerzos
y no me pude negar.
Te quería.
En el círculo de mis circunstancias
giraste vertiginosamente,
casi con locura,
pero tú no lo sabías,
solamente yo,
lo sabía yo
porque te empezaba a adorar.
No escuché mi pisada
ni el latido de mi corazón,
no medí la distancia del destino
ni la profundidad del vacío,
no, nada de nada.
Estaba pendiente de ti.
Te echaba de menos,
ese era el problema.
Sin distancia, sin latido,
sin profundidad,
sin ti, sin...
¡Oh Dios!
¿Cómo sería la vida?
Sin ti, ¿cómo sería?
Roberto D.

sábado, 20 de noviembre de 2010

ELEGÍA DE LA LLUVIA

- Elegía de la lluvia-
La lluvia...
esa sensación táctil,
resbaladiza,
quizás anónima,
me recuerda a ti
¿Es importante eso?
Sí, creo que sí;
para mí es importante,
me recuerda algo de ti
que no sabría definir.
Sí... la lluvia,
se lo achaco a la lluvia.
Siempre se busca una justificación
y yo echo mano de la lluvia,
porque ¿sabes?,
ahora está lloviendo,
observo la trayectoria
de cada gota de lluvia
hasta que rompe en el suelo.
Cierro los ojos.
Me parece que en cada gota vas tú,
y la caída es grande,
demasiado grande.
Llueve ¿sabes?
Me pierdo en esa monotonía
recordándote lentamente.
Te imagino ahora mismo
con el pelo mojado,
puede ser ¿no?
La lluvia no respeta.
Cuando llueve
escribo con boli verde,
se me antoja que el color de la lluvia
es verde como el musgo,
como la piel de la rana.
Tasmbién me doy cuenta
que la lluvia me ensimisma,
me metamorfosea,
pero, eso sí,
no me cambia respecto a ti.
Llueve ¿sabes?
Mientras cae la lluvia,
en su monotonía te recuerdo,
te recuerdo... ¿sabes?
Roberto D.

domingo, 7 de noviembre de 2010

ELEGÍAS

-ELEGÍA DEL TODO-
Medité lentamente
la manera oportuna,
dentro del marco del sino,
de rasgar con mis ojos
el velo inabarcable de la luz.
Con el alma prendida
de infinitos alfileres de emoción
abrí los párpados
rodeando ansiosamente
la arbitrariedad del Todo,
del eterno y absoluto Todo...
Mas, ¿qué veo? ¡Dios mío!
En ese implacable Todo
estás tú, inocente tú.
Quizás el árbol,
no, quizás no,
seguro que el árbol crece
cada año una medida,
pero también es seguro
que su tronco,
medido en nudos anuales,
caerá herido mortalmente
por los voraces mordiscos
del hacha metálica.
Es seguro que la vida sigue
pero también parará en un momento
bajo el síncope cardíaco de la guerra;
después seguirá siendo vida.
Sólo el Todo no parará,
y en ese Todo, tú, inocente tú.
Vi una silueta en el tiempo,
en el espacio
y con mis manos
la quise aprisionar,
pero la distancia,
la plaga inestinguible de la distancia
hirió mis intentos.
Si el faro inerte, ciclópeo,
es centinela de galaxias,
y si el barco del deseo
se desliza por esos mundos
empujado con la luz paralela
de ese brazo gigante,
tú has de ser forzosamente
la luz paralela del Todo.
Abarqué el Todo,
y dentro de ese Todo, el TODO,
y dentro del TODO,
¡Oh Dios mío!
Estabas tú, inocente tú.
Roberto D.

domingo, 31 de octubre de 2010

-Elegía de la distancia-
Quisiera comulgar contigo
en la distancia,
en el sol, en la luna,
en los planetas,
en la luz perpendicular del orbe,
porque el sol y la luna
son distancia,
el orbe, todo,
todo es distancia;
y ti te tragó esa vorágine,
esa distancia.
Quisiera tantas cosas...
pero la distancia me frena,
me empuja hacia un muro invisible,
hacia una malla de tiempo y de deseo.
Si no hubiese distancia,
no comulgaría, no,
sin distancia se besa,
se toca, se quiere,
se ama ¡se ama!.
Pero todo está contra mí
y en ese todo, la distancia,
¡siempre la distancia!
¡siempre una barrera!
¡un recuerdo! ¡una imagen!.
¿Por qué? -pregunto-
¿por qué? ¡¿Por qué?!
¿Por qué no ser viento,
rayo de luz, paloma,
y abarcar con mis alas la distancia?
¿Por qué no ser átomo
y estar en cada célula de tu carne,
de tu pecho, de tu alma?
¡Por qué no ser un pequeño dios
y estar siempre contigo
para siempre,
eternamente siempre?
Roberto D.

martes, 12 de octubre de 2010

ELEGÍAS

-Elegía de la desesperación-
Fue demasiado tarde cuando la lluvia
rompió el coro de sus gotas medidas
y a la vez incontables
incidiendo con silencio provocativo
en la oscura hediondez de la charca;
sí, fue demasiado tarde.
Pero ¿qué se podía hacer?
¿Qué era lo que podía hacer
la ceguera circunscrita del cielo?
¿Esconderse tras los rugosos horizontes
de las cordilleras
o tras el incoloro papel del horizonte?
Papel secante, gigante
que debía absorver todos los deseos
acuosos y húmedos del cielo.
Sí, fue demasiado tarde
para volver sobre los pasos andados,
sobre los deseos que alguna vez
tuvieron fugaz vida
en una mente demente y loca,
sobre el mortal bocado del tiburón
en los brazos hercúleos e infinitos
del negro marinero.
Y yo a mi vez me repito
como el eco ciego y transparente
que anida en la roca de la carne:
"¡Sí, amor mío, fue demasiado tarde!"
El árbol seguirá creciendo
por el tunel leñoso de su tronco
y con el tiempo se convertirá en pulpo gigante
o en un deseo prolongado hasta el infinito
¡Hasta el infinito, amor mío!
Cuida tus pies de las voraces mordeduras
de la serpiente,
eso no será demasiado tarde ¡Cuidate!
Mientras yo me metamorfoseo en gramo de aire
para huír por los huecos invisibles
y anidar en alguna molécula de tu carne.
El estúpido tiempo me dice
que es demasiado tarde,
pero yo, que ya soy roca musgosa y quebrada
me digo con lengua papilosa y desatada
que no es tarde ¡amor mío!, no es tarde.
Todos los binomios genéticos y vitales
pueden enloquecer, transformarse en faisán
o en cola mágica que late en corazón ajeno;
pero yo, a pesar del tiempo
y a pesar de todas esas incongruencias,
seguiré diciendo:
"¡Amor mío! Nunca es demasiado tarde,
no quiero que sea demasiado tarde.
Roberto D.

martes, 27 de julio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-El tren de cada día- (2ª parte)

Cerré los ojos unos instantes para que el súbito pavor se alejase. Respiré profundo y volví a abrir los ojos. El mismo paisaje de siempre: a la derecha, el mar azul; a la izquierda, pueblos; y más allá, las sierras litorales.
Pero un pensamiento anidó en mi mente:
- ¿A quién buscará hoy la Parca?
Sacudí imperceptiblemente la cabeza musitando:
- Serás bobo ¡vaya cosas te imaginas!
Pero justo a puertas de la segunda estación, se oye un chirrido estridente y un frenazo. Silencio sepulcral que poco a poco se va interrumpiendo con murmullos de protesta. Empiezan a aparecer los móviles en la mano. El mensaje será claro:
- Llegaré tarde.
Quienes van conectados a su música alzan levemente la cabeza como buscando alguna respuesta, al no encontrarla, siguen en su mundo musical. Los de cara de besugo cambian sus facciones, ahora su cara es de mala leche. Los que no se alteran son los lectores, he contado cuatro.
Y entonces comienza la retahíla de preguntas:
- ¿Qué ha pasado?
- ¿Por qué nos hemos parado?
- ¡Joder, otra vez!
- ¡Es que aquí nadie informa de nada!
Al cabo de unos minutos llega el que se suele enterar de todo:
- Ha habido un arrollamiento...
- ¿Que alguien se ha tirado al tren? -pregunta alguno.
- No lo sé. No sé si ha sido un accidente o lo otro.
- ¡Pues sí que estamos buenos! -es el comentario de más de uno.
Mi primera reacción es de cabreo. Me asusto un poco pensando que lo de la ventanilla no había sido una ilusión mía; la Parca realmente había venido a por alguien.
Mi pensamiento se va hacia la víctima. En un principio me digo que si es un accidente, ¡vaya mala suerte! Si por el contrario es un suicidio, bien podría haber buscado la víctima otra manera y no fastidiar a los que cogemos a diario el tren.
Me siento un poco egoísta.
Ahora mi pensamiento se centra un poco más e intenta analizar con más rigor los sucesos a base de reflexiones y preguntas, suponiendo que la desgracia haya sido a causa de un suicidio: ¿Qué clase de suceso puntual tuvo que tener esta persona para llevarle a tan drástica decisión? o ¿Qué clase de vida le ha brindado la propia Vida para que al final esta persona decidiera prescindir de ella, menospreciarla?
¿Tan mal le iban las cosas para llegar a este extremo?
¿Tan acorralado estaba que no vio otra salida?
¿Hasta qué punto llegaba su sufrimiento, su desesperación o su hastío para cortar todo de raíz?
¿Una persona que actúa así, es un valiente o es un cobarde?
¿Cuando tomó esa trágica decisión, pensó en los demás, en los posibles daños colaterales?
¿Tal vez era un solitario y le importaban tres bledos las consecuencias de su decisión?...
Al cabo de una hora, el tren se puso de nuevo en marcha. Todos supusimos que ya había hecho acto de presencia el juez para el levantamiento del cadáver y que, por consiguiente, la vía ya estaba franca.
Sí, aquella mañana todos llegamos tarde debido a una visión a la que no le hice mucho caso en un principio. Pero, claro, la Parca no entiende de horarios y siempre, impertérrita, va a la suya.
-FIN-
Roberto D. (2010)

miércoles, 21 de julio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-El tren de cada día-
Aunque todos los días nos parecen más o menos iguales, muchas veces hay cosas sutiles, mínimas que los hacen totaqlmente diferentes y dan un vuelco a los acontecimientos que, en teoría, habían de ser y no son, cambiando indefectiblemente el curso de la historia, de esa historia que nosotros con nuestros actos escribimos día a día.
Monotonía. La misma rutina de siempre con muy pocas variantes: llegar a la estación tres minutos antes o dos minutos después, todo depende del estado de ánimo con que te levantas.
Coges el tren, eso sí, a la misma hora sino llegas tarde al trabajo (los trenes, aunque parezca insólito, últimamente son bastante formales). Te subes al vagón y echas un imperceptible vistazo panorámico; a esa hora de la mañana no hay demasiados problemas para encontrar asientos vacíos.
Te sientas y, con cierto disimulo, vas estudiando brevemente la fauna que te rodea. Hay un porcentaje elevado enganchado al móvil dando las últimas consignas o últimas explicaciones:
- Sobre todo, no lleguéis tarde al cole, sería ya la cuarta vez...
- Que no se le olvide hoy poner una lavadora, es que sino no tendré qué ponerme...
- Sí, mamá, te prometo que lo haré...
- ¡Oye, tío, no me des más la brasa!...
Ésta es una pequeña muestra de las mil y una conversaciones que se pueden mantener por móvil en un vagón de tren.
Otros, por contra, se aislan enchufados a sus cascos escuchando la música más variopinta (normalmente suele ser gente joven). Los menos, dormitan o ponen cara de besugo, a estos se les podría calificar como gente gris.
A veces, si el trayecto es un poco más largo, descubres al osado u osados que van ensimismados en la lectura de un libro.
Y hoy no tenía por qué ser un día diferente: la llegada a la estación tres minutos antes (conllevaba eso buen estado de ánimo), la voz impersonal que recita cada cinco minutos aquello de: "Recordamos a los señores viajeros que, según la normativa vigente, está prohibido fumar en el interior del recinto de la estación"...; sin embargo el tren viene con cinco minutos de retraso, en ese preciso momento comienza a cambiar el curso de las cosas. Lo primero que cambia es el estado de ánimo (piensas que probablemente llegarás tarde al trabajo) y notas cierto nerviosismo en quienes te rodean ...
Subes a tren pero ya no das aquel vistazo panorámico, piensas que no hay tiempo, tomas asiento casi con la mirada ausente. Echas una breve mirada con el ceño fruncido al reloj y mascullas:
- Sí, hoy llegaremos tarde.
El tren hace nada que se ha puesto en marcha. Pasa la primera estación. Camino de la segunda, yo sigo en la ventanilla con la mirada perdida.
De pronto, juro por lo más sagrado que no fue un sueño ni una ilusión, la vi pasar frente a mí. Iba presurosa, rauda, con su tul negro flotando en el aire y al hombro, su símbolo tan temido: la guadaña...
Roberto D. (2010)

jueves, 24 de junio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

Niños grandes (2ª parte)
Pero hubo un día en que, armado de coraje, cruzó aquella frontera invisible de la inseguridad y se aventuró en una nueva calle.
En un principio se sintió eufórico. Había muchas, muchas tiendas: de ropa, panaderías, de juguetes; también había bares, cafeterías, bancos; bancos en la calle donde poder sentarse para descansar... Así lo hizo en uno de ellos.
De pronto se descubrió viendo cómo desfilaba gente y más gente por la calle. Eso le provocó cierta sensación de agobio, de pérdida, con lo que decidió levantarse y dar media vuelta para regresar a casa. Una vez en pie no supo definir si el camino de casa lo tenía a su izquierda o a su derecha. Le entró el pánico y rompió a llorar como un niño.
Alguien le cogió por el hombro intentando consolarle. Le llenaron de preguntas pero ¡pobre de él! su mente se le había vuelto de pronto blanca como una enorme montaña de nieve: con el pánico le habían desaparecido los recuerdos.
A pesar de todas esas vicisitudes, lo que realmente le aterraba ahora era que las puertas habían desaparecido y así era imposible encontrar el váter. Irremediablemente se mearía encima.
El pobre notó cómo le rebuscaban en los bolsillos ¿Qué importancia podía tener ya eso si todas las puertas habían desaparecido?
Era sábado, el teléfono sonó en casa:
- ¿Dígame? ¿Quién es?
- ¿Los señores Márquez? -preguntó una voz al otro lado de la línea.
- ¡Sí, sí! ¿Ha pasado algo?
- No, no, tranquilícese. Estamos en la cafetería Alaska, es mejor que venga a recoger a una persona.
El señor Márquez colgó el teléfono y salió nervioso y renegando de casa. A su espalda quedaron flotando las palabras de su mujer:
- ¡Procura calmarte, ya sabes que eso podía llegar a pasar en cualquier momento!
En cuestión de diez minutos estaba en la puerta de la cafetería. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho ¿Qué se encontraría?
Le vio allí, al pie de la barra. Le acompañaban dos personas de aspecto bonachón y afable. El pobrecito se había meado los pantalones, pero lo que más le impresionó, le dolió al señor Márquez fue aquella mirada perdida, sin luz, aquel espíritu desvalido. Dos lágrimas cadenciosas le quemaron las mejillas. Tan sólo fue capaz de susurrar:
- Papá.
Con un abrazo quiso protegerle de todo el miedo y la pérdida que en aquella mañana había pasado.
- Fin -

domingo, 6 de junio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-Niños grandes- (1ª parte)


Su pequeño mundo estaba formado por su hogar y a penas tres calles. De momento no necesitaba más. Su casa la conocía suficientemente bien, bueno, en alguna ocasión medio se había perdido al salir del lavabo, pero ¡a quién se le ocurría comprar una casa con cinco habitaciones! Con tanta habitación, no era difícil perderse en alguna ocasión y más aún si te levantas de la cama con urgencia para ir al váter.

Esa era otra. Tuvo que aprenderse muy bien, entre tanta habitación, cual era el lugar exacto del retrete y vigilar de no gotear la tapa; ¡pues no se había llevado broncas ni nada por dejar caer cuatro gotas! Como si fuera fácil atinar siempre, y más aún cuando se iba con prisas.

También le daba mucha rabia el que los niños de la ciudad hubiesen sido capaces de ir aprendiendo más calles, de saber moverse por ellas. A él le costaba más ¿Por qué? Él estaba convencido de que no era ni torpe ni tonto.

Bueno, en su espíritu anidaba el ánimo de que sería capaz, poco a poco, de ir descubriendo nuevas calles de la ciudad, de saber moverse, de no perderse por ellas.

Y se solía preguntar, aunque de tanto en tanto, por qué en casa no tenían nunca en cuenta su opinión. Le fastidiaba mucho que le dijeran aquello de que se callase, de que no era el momento de tonterías ¿Tonterías? ¿Acaso eran tonterías las sensaciones que tenía de que a veces las puertas podían cambiar de sitio? Por culpa de esos cambios, alguna vez no había llegado a la primera al dichoso lavabo y se había hecho pipí encima.

Cierto era que las primeras veces en casa, a ese hecho, a ese "accidente", no le habían dado mayor importancia; sin embargo, cuando aquellos "accidentes" habían ido en aumento, bien que le habían echado buenas broncas diciéndole:

- ¡Cuando vengan ganas de hacer pipí, uno se ha de levantar e ir rápido al váter!

Pero aunque les asegurara que las puertas cada vez cambiaban más de sitio, nadie le hacía caso, hasta se reían en sus propias narices de sus afirmaciones:

- Sí, claro, y mañana nos dirás que como creías que estabas en el retrete, pues eso, que te has meado encima.

¡Y era cierto! Eso le había pasado ya en alguna ocasión pero conociéndoles, era preferible contarles aquello del cambio de puertas; tampoco les estaba mintiendo.
Todas esas pequeñas anécdotas de casa le preocupaban en su justa medida, o sea, casi nada. Lo que ahora le traía de cabeza era ampliar su pequeño mundo, descubrir nuevas calles y saber caminar por ellas sin perderse.
En más de una ocasión, últimamente, había estado apunto de cruzar aquella frontera; pero cuando llegaba el momento, siempre había a mano alguna excusa convincente: " Hoy estoy un poco cansado, mañana lo intentaré", "Hay demasiada gente en la calle", "¿Y si me alejo demasiado y me pierdo?"...

domingo, 23 de mayo de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO (último)

-XII-
Y cuando el primer Hombre
me pregunte
que quién soy,
le contestaré riendo,
llorando, maldiciendo:
- Yo soy el poeta
que sigue el sendero
de León Felipe,
primer poeta blasfemo.
He renunciado,
delante de Pedro, al Cielo,
he visitado el Infierno
saliendo de él a pie,
sin caballos,
sin carro,
sin cochero...
recurrí desesperadamente
al Viento,
me negaron el Silencio;
grité,
grité muy fuerte
para que me oyerais,
y solamente tú,
tú te has parado
para escucharme,
pues bien, yo soy
el otro poeta blasfemo
que negó todos los Reinos
Roberto D.

lunes, 17 de mayo de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

-IX-
Y si el viento no nos oye
ni tampoco el silencio
es suficiente
para vestir el alma
o para seguir ocultándonos
el cuerpo,
renunciaremos
al viento
y también renunciaremos
a ese silencio
que no quiere ser nuestro,
porque lo nuestro
es gritar,
gritar a pleno pulmón
pare que nos oiga el viento
y para romper
infinitamente
la quietud del silencio.
Porque lo único
que nos queda,
si nos niegan el viento
y nos roban el sielncio,
es gritar,
gritar desesperadamente,
gritar hasta la afonía,
gritar hasta que nos oiga
el primer HOMBRE,
gritar,
gritar
¡Gritar!...
Gritarle a Dios,
gritar a Pedro
para que ambos sepan
que aún no nos hemos muerto.
Roberto D.

lunes, 10 de mayo de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO
-VIII-
- ¿Entonces
a quién gritaremos
si no hay infierno
ni cielo,
a quién gritaremos?
-Al Viento,
gritaremos al Viento,
al Viento de nuestras almas,
al Viento de nuestros cuerpos,
al Viento que nos conteste
solamente con silencio.
Al Viento,
al Viento,
gritaremos desde ahora,
gritaremos desde siempre
a la soledad del Viento,
del Viento,
del Viento...
Roberto D.

lunes, 3 de mayo de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

VII
Ya hemos atravesado
todas las puertas,
todos los reinos,
te pregunto, camarada:
- ¿Ahora hacia dónde iremos?
-No lo sé, compañero,
sin caballos,
sin carro,
sin cochero,
saliendo a pie como los viejos...
sólo nos queda en las manos
la eternidad del silencio
y el viento sobre las espaldas,
camarada,
sólo el VIENTO.
Roberto D.

lunes, 26 de abril de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

-VI-
¡Azotad los caballos,
dejad que aulle el viento,
vamos a ir hacia otro sitio
porque darse por vencidos
es también darse por muertos!
Vamos ¡De prisa, cochero!
Casi no queda tiempo
- ¿Dónde vamos camarada?
-Derechitos al infierno
-¿Por qué?
-Porque ante el carcelero Pedro
ayer renunciamos al Cielo
¡De prisa caballos, de prisa
que se nos acaba el tiempo!
Roberto d.

sábado, 24 de abril de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

-v-
Sí, aunque no lo creas,
por todo el universo
estamos, Pedro,
y si quieres encontrarnos,
encarcelarnos,
golpearnos con tus llaves,
has de abandonar el Reino;
pero antes
te has de preguntar mil veces:
- ¿Me dejará hacer eso Dios,
el dictador supremo?
Roberto D.

domingo, 18 de abril de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

IV
¡Adios,
carcelero Pedro!
Nos vamos para otro sitio
porque no nos gusta el Cielo.
Y si alguna vez te cansas
de ser eternamente
el eterno carcelero,
hallarás republicanos
por todo el Universo.
¡Sí! Esos cabrones
que ante tus narices
renunciaron ir al Cielo.
Roberto D.

lunes, 12 de abril de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

III
Qué pena que todos
los que habitan en el cielo
sean una manada,
un rebaño de borregos.
Yo, que ya sé las entradas
para pasar al Reino,
también sé en cual de ellas
está el carcelero Pedro.
Me pararé frente a él
y cuando haga tintinear
sus blancas llaves
gritándome:
-¡Lárgate,
maldito republicano!
Me despediré de él
haciéndole un corte de mangas
y a mi vez
le gritaré:
-¡Si para entrar en el Reino
he de ser otro borrego,
lo siento, Pedro,
te regalo todo el Cielo!
Roberto D.

sábado, 10 de abril de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO

II


Ya estamos en el Reino,

a ver lo que nos dice

el carcelero Pedro.

¡Camaradas, levantaos,

que esa paz que disfrutáis

es una paz controlada!


Todos dormitan la siesta

y nadie vuelve la cara.


¿Es posible que seáis

tan fácilmente carnada

para pescar a otros hombres

que han de perder el alma?


Os está bien empleado

el tener de carcelero

a Pedro, y a Dios,

de dictador supremo;

pero nunca sabréis

el valor de poder ser

de verdad republicano.


Porque vosotros,

vosotros que estáis en el cielo

sois capitalistas,

terratenientes,

financieros,

banqueros,

Dios...

el dictador supremo;

y san Pedro

siempre será

vuestro eterno carcelero...


Roberto D.

miércoles, 7 de abril de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO
I
Pedro,
el gran carcelero del reino,
hizo tintinear sus llaves
y nos miró malévolamente.
Como siguiéramos allí,
impertérritos,
aguantando su mirada,
gritó destempladamente:
-¡Largaos!
¡Malditos republicanos!
¡Largaos a otra parte
porque en el Reino no entraréis!
Nosotros sonreímos en silencio
despidiéndole
con un corte de mangas.
Después
pregunté a un camarada:
- ¿Por qué Pedro,
el gran carcelero del Reino,
nos echa,
acaso tiene miedo?
- Sí, camarada,
tiene miedo,
él sabe que si entramos
en el Reino
haremos la revolución
para destronar a Dios.
-¿A Dios?-
pregunté
-Sí, a Dios-
me contestó
-, por que Dios en el Reino,
yo lo sé, es el Dictador,
y Pedro,
ministro del interior.
- ¿Y los de dentro -pregunté-
por qué no se revelan?
- Es difícil, camarada,
no tienen noción del tiempo,
se conforman
con que Pedro,
según un decreto ley,
les llame a todos santos.
-Entonces qué esperamos
¡Vamos a entrar en el Reino!
- Espera, camarada,
hay que pasar
cuando llegue la noche.
-Sí, pero...
estando el carcelero Pedro
nunca podremos pasar
por la puerta principal.
- Calla, hombre
¡claro que entraremos!
pero por la puerta de atrás;
y entonces...
que se vayan preparando
el dictador Dios
y el carcelero Pedro,
porque fundaremos en el Reino
la República
¡La República del Reino!
Roberto D.