-El tren de cada día-
Aunque todos los días nos parecen más o menos iguales, muchas veces hay cosas sutiles, mínimas que los hacen totaqlmente diferentes y dan un vuelco a los acontecimientos que, en teoría, habían de ser y no son, cambiando indefectiblemente el curso de la historia, de esa historia que nosotros con nuestros actos escribimos día a día.
Monotonía. La misma rutina de siempre con muy pocas variantes: llegar a la estación tres minutos antes o dos minutos después, todo depende del estado de ánimo con que te levantas.
Coges el tren, eso sí, a la misma hora sino llegas tarde al trabajo (los trenes, aunque parezca insólito, últimamente son bastante formales). Te subes al vagón y echas un imperceptible vistazo panorámico; a esa hora de la mañana no hay demasiados problemas para encontrar asientos vacíos.
Te sientas y, con cierto disimulo, vas estudiando brevemente la fauna que te rodea. Hay un porcentaje elevado enganchado al móvil dando las últimas consignas o últimas explicaciones:
- Sobre todo, no lleguéis tarde al cole, sería ya la cuarta vez...
- Que no se le olvide hoy poner una lavadora, es que sino no tendré qué ponerme...
- Sí, mamá, te prometo que lo haré...
- ¡Oye, tío, no me des más la brasa!...
Ésta es una pequeña muestra de las mil y una conversaciones que se pueden mantener por móvil en un vagón de tren.
Otros, por contra, se aislan enchufados a sus cascos escuchando la música más variopinta (normalmente suele ser gente joven). Los menos, dormitan o ponen cara de besugo, a estos se les podría calificar como gente gris.
A veces, si el trayecto es un poco más largo, descubres al osado u osados que van ensimismados en la lectura de un libro.
Y hoy no tenía por qué ser un día diferente: la llegada a la estación tres minutos antes (conllevaba eso buen estado de ánimo), la voz impersonal que recita cada cinco minutos aquello de: "Recordamos a los señores viajeros que, según la normativa vigente, está prohibido fumar en el interior del recinto de la estación"...; sin embargo el tren viene con cinco minutos de retraso, en ese preciso momento comienza a cambiar el curso de las cosas. Lo primero que cambia es el estado de ánimo (piensas que probablemente llegarás tarde al trabajo) y notas cierto nerviosismo en quienes te rodean ...
Subes a tren pero ya no das aquel vistazo panorámico, piensas que no hay tiempo, tomas asiento casi con la mirada ausente. Echas una breve mirada con el ceño fruncido al reloj y mascullas:
- Sí, hoy llegaremos tarde.
El tren hace nada que se ha puesto en marcha. Pasa la primera estación. Camino de la segunda, yo sigo en la ventanilla con la mirada perdida.
De pronto, juro por lo más sagrado que no fue un sueño ni una ilusión, la vi pasar frente a mí. Iba presurosa, rauda, con su tul negro flotando en el aire y al hombro, su símbolo tan temido: la guadaña...
Roberto D. (2010)
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