martes, 12 de octubre de 2010

ELEGÍAS

-Elegía de la desesperación-
Fue demasiado tarde cuando la lluvia
rompió el coro de sus gotas medidas
y a la vez incontables
incidiendo con silencio provocativo
en la oscura hediondez de la charca;
sí, fue demasiado tarde.
Pero ¿qué se podía hacer?
¿Qué era lo que podía hacer
la ceguera circunscrita del cielo?
¿Esconderse tras los rugosos horizontes
de las cordilleras
o tras el incoloro papel del horizonte?
Papel secante, gigante
que debía absorver todos los deseos
acuosos y húmedos del cielo.
Sí, fue demasiado tarde
para volver sobre los pasos andados,
sobre los deseos que alguna vez
tuvieron fugaz vida
en una mente demente y loca,
sobre el mortal bocado del tiburón
en los brazos hercúleos e infinitos
del negro marinero.
Y yo a mi vez me repito
como el eco ciego y transparente
que anida en la roca de la carne:
"¡Sí, amor mío, fue demasiado tarde!"
El árbol seguirá creciendo
por el tunel leñoso de su tronco
y con el tiempo se convertirá en pulpo gigante
o en un deseo prolongado hasta el infinito
¡Hasta el infinito, amor mío!
Cuida tus pies de las voraces mordeduras
de la serpiente,
eso no será demasiado tarde ¡Cuidate!
Mientras yo me metamorfoseo en gramo de aire
para huír por los huecos invisibles
y anidar en alguna molécula de tu carne.
El estúpido tiempo me dice
que es demasiado tarde,
pero yo, que ya soy roca musgosa y quebrada
me digo con lengua papilosa y desatada
que no es tarde ¡amor mío!, no es tarde.
Todos los binomios genéticos y vitales
pueden enloquecer, transformarse en faisán
o en cola mágica que late en corazón ajeno;
pero yo, a pesar del tiempo
y a pesar de todas esas incongruencias,
seguiré diciendo:
"¡Amor mío! Nunca es demasiado tarde,
no quiero que sea demasiado tarde.
Roberto D.

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