III
Qué pena que todos
los que habitan en el cielo
sean una manada,
un rebaño de borregos.
Yo, que ya sé las entradas
para pasar al Reino,
también sé en cual de ellas
está el carcelero Pedro.
Me pararé frente a él
y cuando haga tintinear
sus blancas llaves
gritándome:
-¡Lárgate,
maldito republicano!
Me despediré de él
haciéndole un corte de mangas
y a mi vez
le gritaré:
-¡Si para entrar en el Reino
he de ser otro borrego,
lo siento, Pedro,
te regalo todo el Cielo!
Roberto D.
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