jueves, 24 de junio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

Niños grandes (2ª parte)
Pero hubo un día en que, armado de coraje, cruzó aquella frontera invisible de la inseguridad y se aventuró en una nueva calle.
En un principio se sintió eufórico. Había muchas, muchas tiendas: de ropa, panaderías, de juguetes; también había bares, cafeterías, bancos; bancos en la calle donde poder sentarse para descansar... Así lo hizo en uno de ellos.
De pronto se descubrió viendo cómo desfilaba gente y más gente por la calle. Eso le provocó cierta sensación de agobio, de pérdida, con lo que decidió levantarse y dar media vuelta para regresar a casa. Una vez en pie no supo definir si el camino de casa lo tenía a su izquierda o a su derecha. Le entró el pánico y rompió a llorar como un niño.
Alguien le cogió por el hombro intentando consolarle. Le llenaron de preguntas pero ¡pobre de él! su mente se le había vuelto de pronto blanca como una enorme montaña de nieve: con el pánico le habían desaparecido los recuerdos.
A pesar de todas esas vicisitudes, lo que realmente le aterraba ahora era que las puertas habían desaparecido y así era imposible encontrar el váter. Irremediablemente se mearía encima.
El pobre notó cómo le rebuscaban en los bolsillos ¿Qué importancia podía tener ya eso si todas las puertas habían desaparecido?
Era sábado, el teléfono sonó en casa:
- ¿Dígame? ¿Quién es?
- ¿Los señores Márquez? -preguntó una voz al otro lado de la línea.
- ¡Sí, sí! ¿Ha pasado algo?
- No, no, tranquilícese. Estamos en la cafetería Alaska, es mejor que venga a recoger a una persona.
El señor Márquez colgó el teléfono y salió nervioso y renegando de casa. A su espalda quedaron flotando las palabras de su mujer:
- ¡Procura calmarte, ya sabes que eso podía llegar a pasar en cualquier momento!
En cuestión de diez minutos estaba en la puerta de la cafetería. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho ¿Qué se encontraría?
Le vio allí, al pie de la barra. Le acompañaban dos personas de aspecto bonachón y afable. El pobrecito se había meado los pantalones, pero lo que más le impresionó, le dolió al señor Márquez fue aquella mirada perdida, sin luz, aquel espíritu desvalido. Dos lágrimas cadenciosas le quemaron las mejillas. Tan sólo fue capaz de susurrar:
- Papá.
Con un abrazo quiso protegerle de todo el miedo y la pérdida que en aquella mañana había pasado.
- Fin -

domingo, 6 de junio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-Niños grandes- (1ª parte)


Su pequeño mundo estaba formado por su hogar y a penas tres calles. De momento no necesitaba más. Su casa la conocía suficientemente bien, bueno, en alguna ocasión medio se había perdido al salir del lavabo, pero ¡a quién se le ocurría comprar una casa con cinco habitaciones! Con tanta habitación, no era difícil perderse en alguna ocasión y más aún si te levantas de la cama con urgencia para ir al váter.

Esa era otra. Tuvo que aprenderse muy bien, entre tanta habitación, cual era el lugar exacto del retrete y vigilar de no gotear la tapa; ¡pues no se había llevado broncas ni nada por dejar caer cuatro gotas! Como si fuera fácil atinar siempre, y más aún cuando se iba con prisas.

También le daba mucha rabia el que los niños de la ciudad hubiesen sido capaces de ir aprendiendo más calles, de saber moverse por ellas. A él le costaba más ¿Por qué? Él estaba convencido de que no era ni torpe ni tonto.

Bueno, en su espíritu anidaba el ánimo de que sería capaz, poco a poco, de ir descubriendo nuevas calles de la ciudad, de saber moverse, de no perderse por ellas.

Y se solía preguntar, aunque de tanto en tanto, por qué en casa no tenían nunca en cuenta su opinión. Le fastidiaba mucho que le dijeran aquello de que se callase, de que no era el momento de tonterías ¿Tonterías? ¿Acaso eran tonterías las sensaciones que tenía de que a veces las puertas podían cambiar de sitio? Por culpa de esos cambios, alguna vez no había llegado a la primera al dichoso lavabo y se había hecho pipí encima.

Cierto era que las primeras veces en casa, a ese hecho, a ese "accidente", no le habían dado mayor importancia; sin embargo, cuando aquellos "accidentes" habían ido en aumento, bien que le habían echado buenas broncas diciéndole:

- ¡Cuando vengan ganas de hacer pipí, uno se ha de levantar e ir rápido al váter!

Pero aunque les asegurara que las puertas cada vez cambiaban más de sitio, nadie le hacía caso, hasta se reían en sus propias narices de sus afirmaciones:

- Sí, claro, y mañana nos dirás que como creías que estabas en el retrete, pues eso, que te has meado encima.

¡Y era cierto! Eso le había pasado ya en alguna ocasión pero conociéndoles, era preferible contarles aquello del cambio de puertas; tampoco les estaba mintiendo.
Todas esas pequeñas anécdotas de casa le preocupaban en su justa medida, o sea, casi nada. Lo que ahora le traía de cabeza era ampliar su pequeño mundo, descubrir nuevas calles y saber caminar por ellas sin perderse.
En más de una ocasión, últimamente, había estado apunto de cruzar aquella frontera; pero cuando llegaba el momento, siempre había a mano alguna excusa convincente: " Hoy estoy un poco cansado, mañana lo intentaré", "Hay demasiada gente en la calle", "¿Y si me alejo demasiado y me pierdo?"...