domingo, 31 de octubre de 2010

-Elegía de la distancia-
Quisiera comulgar contigo
en la distancia,
en el sol, en la luna,
en los planetas,
en la luz perpendicular del orbe,
porque el sol y la luna
son distancia,
el orbe, todo,
todo es distancia;
y ti te tragó esa vorágine,
esa distancia.
Quisiera tantas cosas...
pero la distancia me frena,
me empuja hacia un muro invisible,
hacia una malla de tiempo y de deseo.
Si no hubiese distancia,
no comulgaría, no,
sin distancia se besa,
se toca, se quiere,
se ama ¡se ama!.
Pero todo está contra mí
y en ese todo, la distancia,
¡siempre la distancia!
¡siempre una barrera!
¡un recuerdo! ¡una imagen!.
¿Por qué? -pregunto-
¿por qué? ¡¿Por qué?!
¿Por qué no ser viento,
rayo de luz, paloma,
y abarcar con mis alas la distancia?
¿Por qué no ser átomo
y estar en cada célula de tu carne,
de tu pecho, de tu alma?
¡Por qué no ser un pequeño dios
y estar siempre contigo
para siempre,
eternamente siempre?
Roberto D.

martes, 12 de octubre de 2010

ELEGÍAS

-Elegía de la desesperación-
Fue demasiado tarde cuando la lluvia
rompió el coro de sus gotas medidas
y a la vez incontables
incidiendo con silencio provocativo
en la oscura hediondez de la charca;
sí, fue demasiado tarde.
Pero ¿qué se podía hacer?
¿Qué era lo que podía hacer
la ceguera circunscrita del cielo?
¿Esconderse tras los rugosos horizontes
de las cordilleras
o tras el incoloro papel del horizonte?
Papel secante, gigante
que debía absorver todos los deseos
acuosos y húmedos del cielo.
Sí, fue demasiado tarde
para volver sobre los pasos andados,
sobre los deseos que alguna vez
tuvieron fugaz vida
en una mente demente y loca,
sobre el mortal bocado del tiburón
en los brazos hercúleos e infinitos
del negro marinero.
Y yo a mi vez me repito
como el eco ciego y transparente
que anida en la roca de la carne:
"¡Sí, amor mío, fue demasiado tarde!"
El árbol seguirá creciendo
por el tunel leñoso de su tronco
y con el tiempo se convertirá en pulpo gigante
o en un deseo prolongado hasta el infinito
¡Hasta el infinito, amor mío!
Cuida tus pies de las voraces mordeduras
de la serpiente,
eso no será demasiado tarde ¡Cuidate!
Mientras yo me metamorfoseo en gramo de aire
para huír por los huecos invisibles
y anidar en alguna molécula de tu carne.
El estúpido tiempo me dice
que es demasiado tarde,
pero yo, que ya soy roca musgosa y quebrada
me digo con lengua papilosa y desatada
que no es tarde ¡amor mío!, no es tarde.
Todos los binomios genéticos y vitales
pueden enloquecer, transformarse en faisán
o en cola mágica que late en corazón ajeno;
pero yo, a pesar del tiempo
y a pesar de todas esas incongruencias,
seguiré diciendo:
"¡Amor mío! Nunca es demasiado tarde,
no quiero que sea demasiado tarde.
Roberto D.

martes, 27 de julio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-El tren de cada día- (2ª parte)

Cerré los ojos unos instantes para que el súbito pavor se alejase. Respiré profundo y volví a abrir los ojos. El mismo paisaje de siempre: a la derecha, el mar azul; a la izquierda, pueblos; y más allá, las sierras litorales.
Pero un pensamiento anidó en mi mente:
- ¿A quién buscará hoy la Parca?
Sacudí imperceptiblemente la cabeza musitando:
- Serás bobo ¡vaya cosas te imaginas!
Pero justo a puertas de la segunda estación, se oye un chirrido estridente y un frenazo. Silencio sepulcral que poco a poco se va interrumpiendo con murmullos de protesta. Empiezan a aparecer los móviles en la mano. El mensaje será claro:
- Llegaré tarde.
Quienes van conectados a su música alzan levemente la cabeza como buscando alguna respuesta, al no encontrarla, siguen en su mundo musical. Los de cara de besugo cambian sus facciones, ahora su cara es de mala leche. Los que no se alteran son los lectores, he contado cuatro.
Y entonces comienza la retahíla de preguntas:
- ¿Qué ha pasado?
- ¿Por qué nos hemos parado?
- ¡Joder, otra vez!
- ¡Es que aquí nadie informa de nada!
Al cabo de unos minutos llega el que se suele enterar de todo:
- Ha habido un arrollamiento...
- ¿Que alguien se ha tirado al tren? -pregunta alguno.
- No lo sé. No sé si ha sido un accidente o lo otro.
- ¡Pues sí que estamos buenos! -es el comentario de más de uno.
Mi primera reacción es de cabreo. Me asusto un poco pensando que lo de la ventanilla no había sido una ilusión mía; la Parca realmente había venido a por alguien.
Mi pensamiento se va hacia la víctima. En un principio me digo que si es un accidente, ¡vaya mala suerte! Si por el contrario es un suicidio, bien podría haber buscado la víctima otra manera y no fastidiar a los que cogemos a diario el tren.
Me siento un poco egoísta.
Ahora mi pensamiento se centra un poco más e intenta analizar con más rigor los sucesos a base de reflexiones y preguntas, suponiendo que la desgracia haya sido a causa de un suicidio: ¿Qué clase de suceso puntual tuvo que tener esta persona para llevarle a tan drástica decisión? o ¿Qué clase de vida le ha brindado la propia Vida para que al final esta persona decidiera prescindir de ella, menospreciarla?
¿Tan mal le iban las cosas para llegar a este extremo?
¿Tan acorralado estaba que no vio otra salida?
¿Hasta qué punto llegaba su sufrimiento, su desesperación o su hastío para cortar todo de raíz?
¿Una persona que actúa así, es un valiente o es un cobarde?
¿Cuando tomó esa trágica decisión, pensó en los demás, en los posibles daños colaterales?
¿Tal vez era un solitario y le importaban tres bledos las consecuencias de su decisión?...
Al cabo de una hora, el tren se puso de nuevo en marcha. Todos supusimos que ya había hecho acto de presencia el juez para el levantamiento del cadáver y que, por consiguiente, la vía ya estaba franca.
Sí, aquella mañana todos llegamos tarde debido a una visión a la que no le hice mucho caso en un principio. Pero, claro, la Parca no entiende de horarios y siempre, impertérrita, va a la suya.
-FIN-
Roberto D. (2010)

miércoles, 21 de julio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-El tren de cada día-
Aunque todos los días nos parecen más o menos iguales, muchas veces hay cosas sutiles, mínimas que los hacen totaqlmente diferentes y dan un vuelco a los acontecimientos que, en teoría, habían de ser y no son, cambiando indefectiblemente el curso de la historia, de esa historia que nosotros con nuestros actos escribimos día a día.
Monotonía. La misma rutina de siempre con muy pocas variantes: llegar a la estación tres minutos antes o dos minutos después, todo depende del estado de ánimo con que te levantas.
Coges el tren, eso sí, a la misma hora sino llegas tarde al trabajo (los trenes, aunque parezca insólito, últimamente son bastante formales). Te subes al vagón y echas un imperceptible vistazo panorámico; a esa hora de la mañana no hay demasiados problemas para encontrar asientos vacíos.
Te sientas y, con cierto disimulo, vas estudiando brevemente la fauna que te rodea. Hay un porcentaje elevado enganchado al móvil dando las últimas consignas o últimas explicaciones:
- Sobre todo, no lleguéis tarde al cole, sería ya la cuarta vez...
- Que no se le olvide hoy poner una lavadora, es que sino no tendré qué ponerme...
- Sí, mamá, te prometo que lo haré...
- ¡Oye, tío, no me des más la brasa!...
Ésta es una pequeña muestra de las mil y una conversaciones que se pueden mantener por móvil en un vagón de tren.
Otros, por contra, se aislan enchufados a sus cascos escuchando la música más variopinta (normalmente suele ser gente joven). Los menos, dormitan o ponen cara de besugo, a estos se les podría calificar como gente gris.
A veces, si el trayecto es un poco más largo, descubres al osado u osados que van ensimismados en la lectura de un libro.
Y hoy no tenía por qué ser un día diferente: la llegada a la estación tres minutos antes (conllevaba eso buen estado de ánimo), la voz impersonal que recita cada cinco minutos aquello de: "Recordamos a los señores viajeros que, según la normativa vigente, está prohibido fumar en el interior del recinto de la estación"...; sin embargo el tren viene con cinco minutos de retraso, en ese preciso momento comienza a cambiar el curso de las cosas. Lo primero que cambia es el estado de ánimo (piensas que probablemente llegarás tarde al trabajo) y notas cierto nerviosismo en quienes te rodean ...
Subes a tren pero ya no das aquel vistazo panorámico, piensas que no hay tiempo, tomas asiento casi con la mirada ausente. Echas una breve mirada con el ceño fruncido al reloj y mascullas:
- Sí, hoy llegaremos tarde.
El tren hace nada que se ha puesto en marcha. Pasa la primera estación. Camino de la segunda, yo sigo en la ventanilla con la mirada perdida.
De pronto, juro por lo más sagrado que no fue un sueño ni una ilusión, la vi pasar frente a mí. Iba presurosa, rauda, con su tul negro flotando en el aire y al hombro, su símbolo tan temido: la guadaña...
Roberto D. (2010)

jueves, 24 de junio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

Niños grandes (2ª parte)
Pero hubo un día en que, armado de coraje, cruzó aquella frontera invisible de la inseguridad y se aventuró en una nueva calle.
En un principio se sintió eufórico. Había muchas, muchas tiendas: de ropa, panaderías, de juguetes; también había bares, cafeterías, bancos; bancos en la calle donde poder sentarse para descansar... Así lo hizo en uno de ellos.
De pronto se descubrió viendo cómo desfilaba gente y más gente por la calle. Eso le provocó cierta sensación de agobio, de pérdida, con lo que decidió levantarse y dar media vuelta para regresar a casa. Una vez en pie no supo definir si el camino de casa lo tenía a su izquierda o a su derecha. Le entró el pánico y rompió a llorar como un niño.
Alguien le cogió por el hombro intentando consolarle. Le llenaron de preguntas pero ¡pobre de él! su mente se le había vuelto de pronto blanca como una enorme montaña de nieve: con el pánico le habían desaparecido los recuerdos.
A pesar de todas esas vicisitudes, lo que realmente le aterraba ahora era que las puertas habían desaparecido y así era imposible encontrar el váter. Irremediablemente se mearía encima.
El pobre notó cómo le rebuscaban en los bolsillos ¿Qué importancia podía tener ya eso si todas las puertas habían desaparecido?
Era sábado, el teléfono sonó en casa:
- ¿Dígame? ¿Quién es?
- ¿Los señores Márquez? -preguntó una voz al otro lado de la línea.
- ¡Sí, sí! ¿Ha pasado algo?
- No, no, tranquilícese. Estamos en la cafetería Alaska, es mejor que venga a recoger a una persona.
El señor Márquez colgó el teléfono y salió nervioso y renegando de casa. A su espalda quedaron flotando las palabras de su mujer:
- ¡Procura calmarte, ya sabes que eso podía llegar a pasar en cualquier momento!
En cuestión de diez minutos estaba en la puerta de la cafetería. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho ¿Qué se encontraría?
Le vio allí, al pie de la barra. Le acompañaban dos personas de aspecto bonachón y afable. El pobrecito se había meado los pantalones, pero lo que más le impresionó, le dolió al señor Márquez fue aquella mirada perdida, sin luz, aquel espíritu desvalido. Dos lágrimas cadenciosas le quemaron las mejillas. Tan sólo fue capaz de susurrar:
- Papá.
Con un abrazo quiso protegerle de todo el miedo y la pérdida que en aquella mañana había pasado.
- Fin -

domingo, 6 de junio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-Niños grandes- (1ª parte)


Su pequeño mundo estaba formado por su hogar y a penas tres calles. De momento no necesitaba más. Su casa la conocía suficientemente bien, bueno, en alguna ocasión medio se había perdido al salir del lavabo, pero ¡a quién se le ocurría comprar una casa con cinco habitaciones! Con tanta habitación, no era difícil perderse en alguna ocasión y más aún si te levantas de la cama con urgencia para ir al váter.

Esa era otra. Tuvo que aprenderse muy bien, entre tanta habitación, cual era el lugar exacto del retrete y vigilar de no gotear la tapa; ¡pues no se había llevado broncas ni nada por dejar caer cuatro gotas! Como si fuera fácil atinar siempre, y más aún cuando se iba con prisas.

También le daba mucha rabia el que los niños de la ciudad hubiesen sido capaces de ir aprendiendo más calles, de saber moverse por ellas. A él le costaba más ¿Por qué? Él estaba convencido de que no era ni torpe ni tonto.

Bueno, en su espíritu anidaba el ánimo de que sería capaz, poco a poco, de ir descubriendo nuevas calles de la ciudad, de saber moverse, de no perderse por ellas.

Y se solía preguntar, aunque de tanto en tanto, por qué en casa no tenían nunca en cuenta su opinión. Le fastidiaba mucho que le dijeran aquello de que se callase, de que no era el momento de tonterías ¿Tonterías? ¿Acaso eran tonterías las sensaciones que tenía de que a veces las puertas podían cambiar de sitio? Por culpa de esos cambios, alguna vez no había llegado a la primera al dichoso lavabo y se había hecho pipí encima.

Cierto era que las primeras veces en casa, a ese hecho, a ese "accidente", no le habían dado mayor importancia; sin embargo, cuando aquellos "accidentes" habían ido en aumento, bien que le habían echado buenas broncas diciéndole:

- ¡Cuando vengan ganas de hacer pipí, uno se ha de levantar e ir rápido al váter!

Pero aunque les asegurara que las puertas cada vez cambiaban más de sitio, nadie le hacía caso, hasta se reían en sus propias narices de sus afirmaciones:

- Sí, claro, y mañana nos dirás que como creías que estabas en el retrete, pues eso, que te has meado encima.

¡Y era cierto! Eso le había pasado ya en alguna ocasión pero conociéndoles, era preferible contarles aquello del cambio de puertas; tampoco les estaba mintiendo.
Todas esas pequeñas anécdotas de casa le preocupaban en su justa medida, o sea, casi nada. Lo que ahora le traía de cabeza era ampliar su pequeño mundo, descubrir nuevas calles y saber caminar por ellas sin perderse.
En más de una ocasión, últimamente, había estado apunto de cruzar aquella frontera; pero cuando llegaba el momento, siempre había a mano alguna excusa convincente: " Hoy estoy un poco cansado, mañana lo intentaré", "Hay demasiada gente en la calle", "¿Y si me alejo demasiado y me pierdo?"...

domingo, 23 de mayo de 2010

DIEZ POEMAS SOBRE EL REINO (último)

-XII-
Y cuando el primer Hombre
me pregunte
que quién soy,
le contestaré riendo,
llorando, maldiciendo:
- Yo soy el poeta
que sigue el sendero
de León Felipe,
primer poeta blasfemo.
He renunciado,
delante de Pedro, al Cielo,
he visitado el Infierno
saliendo de él a pie,
sin caballos,
sin carro,
sin cochero...
recurrí desesperadamente
al Viento,
me negaron el Silencio;
grité,
grité muy fuerte
para que me oyerais,
y solamente tú,
tú te has parado
para escucharme,
pues bien, yo soy
el otro poeta blasfemo
que negó todos los Reinos
Roberto D.