Ya no te dejan ser faro
ni por la noche ni cuando
la luz ahoga al día.
Te han arrancado de cuajo tu luz
igual que del mar roban a las gaviotas,
igual que de los cauces del río
quiebran los juncos,
sus arcos de verde e imaginación.
¡Qué pena! Ya no puedes ser tú,
no, ya no puedes.
Ahora te hacen ser viento que vaga,
hueco que no encuentra su propia salida
y que arrastra a las estrellas
a esa propia equivocación.
La palabra si no sale, ya no es palabra,
es sólo intento ahogado en la garganta,
es sólo brisa por las cumbres de ceniza.
Pero a pesar de esto, sólo eres viento,
sí, sólo viento,
sólo hueco acongojado.
Te han cambiado de casa,
tú tienes ahora otra casa de vacío,
de huecos encadenados al silencio,
de sangre seca y esparramada por la tierra;
porque ¿sabes?
también te quitaron la sangre
y sólo por tus venas
corre polvo grisáceo,
millares de moléculas de polvo
que ciegan los ojos invisibles de la noche.
¡Qué rabia! ¡Qué rabia!
Ahora eres uno de los miles silencios
que corren desbocados
por el espacio de la noche.
No, ya no te dejan ser
ni tu propia sombra,
ahora las infinitas alfileres del destino
te obligan a ser silencioso ciprés
con sus tortuosas raíces
que nacen de tu cabeza,
que nacen y nacen
de cada miembro de tu cuerpo;
ciprés gigante con hojas de viento
que trepan por cada molécula de tu cuerpo,
por cada insinuación de tu anatomía.
Yo conozco la larga agonía de la noche,
por eso me imagino tu agonía,
pero sólo en el espejo oscuro de la noche.
Porque, dime ¿Cómo fue tu agonía?
¡Qué tonto soy!
¿Cómo vas a poder hablar
si las líneas de tu lengua
se han perdido en mil bifurcaciones?
Rezo por ti, amigo desconocido,
rezo por ti, junco que has muerto
en la silenciosa ribera del río,
rezo por ti, hueco que no encuentra salida,
rezo por ti, agonía que pereces en tu propia agonía,
rezó por ti, noche que te pierdes
en el túnel del tiempo.
Rezo y lloro por ti, sombra, amigo,
a pesar de que el destino,
tirano impuesto y aceptado,
no me ha dejado conocerte.
Roberto Diez Hompanera.
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