martes, 27 de julio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-El tren de cada día- (2ª parte)

Cerré los ojos unos instantes para que el súbito pavor se alejase. Respiré profundo y volví a abrir los ojos. El mismo paisaje de siempre: a la derecha, el mar azul; a la izquierda, pueblos; y más allá, las sierras litorales.
Pero un pensamiento anidó en mi mente:
- ¿A quién buscará hoy la Parca?
Sacudí imperceptiblemente la cabeza musitando:
- Serás bobo ¡vaya cosas te imaginas!
Pero justo a puertas de la segunda estación, se oye un chirrido estridente y un frenazo. Silencio sepulcral que poco a poco se va interrumpiendo con murmullos de protesta. Empiezan a aparecer los móviles en la mano. El mensaje será claro:
- Llegaré tarde.
Quienes van conectados a su música alzan levemente la cabeza como buscando alguna respuesta, al no encontrarla, siguen en su mundo musical. Los de cara de besugo cambian sus facciones, ahora su cara es de mala leche. Los que no se alteran son los lectores, he contado cuatro.
Y entonces comienza la retahíla de preguntas:
- ¿Qué ha pasado?
- ¿Por qué nos hemos parado?
- ¡Joder, otra vez!
- ¡Es que aquí nadie informa de nada!
Al cabo de unos minutos llega el que se suele enterar de todo:
- Ha habido un arrollamiento...
- ¿Que alguien se ha tirado al tren? -pregunta alguno.
- No lo sé. No sé si ha sido un accidente o lo otro.
- ¡Pues sí que estamos buenos! -es el comentario de más de uno.
Mi primera reacción es de cabreo. Me asusto un poco pensando que lo de la ventanilla no había sido una ilusión mía; la Parca realmente había venido a por alguien.
Mi pensamiento se va hacia la víctima. En un principio me digo que si es un accidente, ¡vaya mala suerte! Si por el contrario es un suicidio, bien podría haber buscado la víctima otra manera y no fastidiar a los que cogemos a diario el tren.
Me siento un poco egoísta.
Ahora mi pensamiento se centra un poco más e intenta analizar con más rigor los sucesos a base de reflexiones y preguntas, suponiendo que la desgracia haya sido a causa de un suicidio: ¿Qué clase de suceso puntual tuvo que tener esta persona para llevarle a tan drástica decisión? o ¿Qué clase de vida le ha brindado la propia Vida para que al final esta persona decidiera prescindir de ella, menospreciarla?
¿Tan mal le iban las cosas para llegar a este extremo?
¿Tan acorralado estaba que no vio otra salida?
¿Hasta qué punto llegaba su sufrimiento, su desesperación o su hastío para cortar todo de raíz?
¿Una persona que actúa así, es un valiente o es un cobarde?
¿Cuando tomó esa trágica decisión, pensó en los demás, en los posibles daños colaterales?
¿Tal vez era un solitario y le importaban tres bledos las consecuencias de su decisión?...
Al cabo de una hora, el tren se puso de nuevo en marcha. Todos supusimos que ya había hecho acto de presencia el juez para el levantamiento del cadáver y que, por consiguiente, la vía ya estaba franca.
Sí, aquella mañana todos llegamos tarde debido a una visión a la que no le hice mucho caso en un principio. Pero, claro, la Parca no entiende de horarios y siempre, impertérrita, va a la suya.
-FIN-
Roberto D. (2010)

miércoles, 21 de julio de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS QUE PUDIERON SER

-El tren de cada día-
Aunque todos los días nos parecen más o menos iguales, muchas veces hay cosas sutiles, mínimas que los hacen totaqlmente diferentes y dan un vuelco a los acontecimientos que, en teoría, habían de ser y no son, cambiando indefectiblemente el curso de la historia, de esa historia que nosotros con nuestros actos escribimos día a día.
Monotonía. La misma rutina de siempre con muy pocas variantes: llegar a la estación tres minutos antes o dos minutos después, todo depende del estado de ánimo con que te levantas.
Coges el tren, eso sí, a la misma hora sino llegas tarde al trabajo (los trenes, aunque parezca insólito, últimamente son bastante formales). Te subes al vagón y echas un imperceptible vistazo panorámico; a esa hora de la mañana no hay demasiados problemas para encontrar asientos vacíos.
Te sientas y, con cierto disimulo, vas estudiando brevemente la fauna que te rodea. Hay un porcentaje elevado enganchado al móvil dando las últimas consignas o últimas explicaciones:
- Sobre todo, no lleguéis tarde al cole, sería ya la cuarta vez...
- Que no se le olvide hoy poner una lavadora, es que sino no tendré qué ponerme...
- Sí, mamá, te prometo que lo haré...
- ¡Oye, tío, no me des más la brasa!...
Ésta es una pequeña muestra de las mil y una conversaciones que se pueden mantener por móvil en un vagón de tren.
Otros, por contra, se aislan enchufados a sus cascos escuchando la música más variopinta (normalmente suele ser gente joven). Los menos, dormitan o ponen cara de besugo, a estos se les podría calificar como gente gris.
A veces, si el trayecto es un poco más largo, descubres al osado u osados que van ensimismados en la lectura de un libro.
Y hoy no tenía por qué ser un día diferente: la llegada a la estación tres minutos antes (conllevaba eso buen estado de ánimo), la voz impersonal que recita cada cinco minutos aquello de: "Recordamos a los señores viajeros que, según la normativa vigente, está prohibido fumar en el interior del recinto de la estación"...; sin embargo el tren viene con cinco minutos de retraso, en ese preciso momento comienza a cambiar el curso de las cosas. Lo primero que cambia es el estado de ánimo (piensas que probablemente llegarás tarde al trabajo) y notas cierto nerviosismo en quienes te rodean ...
Subes a tren pero ya no das aquel vistazo panorámico, piensas que no hay tiempo, tomas asiento casi con la mirada ausente. Echas una breve mirada con el ceño fruncido al reloj y mascullas:
- Sí, hoy llegaremos tarde.
El tren hace nada que se ha puesto en marcha. Pasa la primera estación. Camino de la segunda, yo sigo en la ventanilla con la mirada perdida.
De pronto, juro por lo más sagrado que no fue un sueño ni una ilusión, la vi pasar frente a mí. Iba presurosa, rauda, con su tul negro flotando en el aire y al hombro, su símbolo tan temido: la guadaña...
Roberto D. (2010)